El fracaso de las elecciones del 26 de enero
Las elecciones del 26 de enero han sido un fracaso para el Perú y, en especial, para la izquierda. Estas elecciones fueron convocadas por la disolución del parlamento el 30 de setiembre de 2019 y se suponía debían ser el inicio de una salida política a la misma. Sin embargo, por los resultados electorales, tendremos un Congreso conformado mayoritariamente por partidos que no tienen propuesta política y que suelen moverse de acuerdo al dictado de los medios que expresan el ánimo conservador de las élites o peor todavía, de las ambiciones personales de sus integrantes. Si las cosas discurren como señalamos la crisis se profundizará con imprevisibles consecuencias en el corto plazo.
Es bueno recapitular y señalar que estamos en este punto porque la renuncia del hoy ex presidente Kuczynsky dos años atrás, señaló un hito muy importante en el agotamiento del régimen instaurado por Fujimori y Montesinos en abril de 1992. Esta renuncia abrió un período en que la ultraderecha fujiaprista intentó tomar el poder por medio de un golpe parlamentario lo que fue impedido por el Presidente Vizcarra con la disolución del Congreso. Los neoliberales a ultranza fueron derrotados por los neoliberales reformistas con el apoyo poco diferenciado de la izquierda. Estas idas y vueltas en las alturas, en las que la presión de la movilización popular nunca llegó a ser decisiva, buscaban un momento de resolución, aunque fuera provisorio. Este era el sentido de la iniciativa de Vizcarra —disolución más elecciones congresales— pero la resolución no se ha producido. Estamos, nuevamente, con una crisis de régimen abierta pero sin salida a la vista.
Algunos señalan que el gran logro de estas elecciones extraordinarias es la casi desaparición de la extrema derecha, expresada en el fujimorismo, el APRA y Solidaridad Nacional. Es verdad, es un alivio no verlos más como protagonistas. Sin embargo, el más importante de ellos Fuerza Popular, nombre actual del fujimorismo, se reduce al 7% y está golpeado pero allí sigue. Los otros dos sí están en cuidados intensivos y con pronóstico reservado.
La agenda central del Congreso elegido debería ser culminar la reforma política, pero por lo que han dicho en campaña los ganadores esta no parece ser su intención. Menos todavía ligar reforma política con debate constitucional. Peor aún, partidos como Acción Popular y Alianza para el Progreso han opinado en el pasado de todas las formas posibles, muchas veces a favor y en contra de lo mismo. De Podemos, el partido de José Luna, se puede esperar cualquier cosa, ya lo ha demostrado en legislaturas pasadas. El FREPAP, por otra parte, la gran novedad por el número de curules, tampoco tiene un programa claro, más allá de la defensa de los fueros de su culto. ¿Cuál podrá ser entonces la dinámica de un parlamento corto, apenas dieciséis meses, con una agenda apretada?
Creo que la respuesta no puede estar sino en la campaña electoral para las elecciones generales del 2021. Si el parlamento no da la talla, esperamos que la campaña electoral presidencial pueda levantar los problemas de fondo y las propuestas necesarias para encararlos. Esto significa que los liderazgos en competencia presidencial señalen unos y otros y le den así un sentido al parlamento elegido y a la campaña electoral misma. De esta forma, las elecciones generales de 2021 puedan llevarnos a una salida para la crisis de régimen.
Esta vez no habrán disculpas, los liderazgos que no estuvieron en la campaña de 2020 “para no desgastarse” deberán estar el 2021 para legitimarse o desparecer. Las ausencias de Julio Guzmán o Verónika Mendoza como cabezas de lista de sus agrupaciones tiene relación directa con la pobre perfomance de las mismas. Salvador del Solar pasa caleta porque esté “ausente”, qué pena. De igual manera, que no hayan existido banderas centrales sobre las cuales debatir, sino a lo sumo “listas de lavandería” como agenda parlamentaria o simple ausencia de propuestas, dice de la falta de seriedad con que se ha encarado la elección.
Vizcarra, por su parte, si el parlamento cae en la malagüa, podrá seguir gobernando como si no hubiera Congreso, con la agenda neoliberal de la que ha hecho gala en las últimas semanas. Toca al movimiento social organizar una respuesta contundente y señalar que la reforma política no significa liquidar los derechos sociales. La ventaja para los que reclamen será que pronto empieza la campaña presidencial y la posibilidad de enlazar sus reivindicaciones con los programas electorales que se presenten, desnudando a unos y encumbrando a otros, de acuerdo a su sintonía con el pueblo.
Para la izquierda el reto sigue siendo el mismo: levantar la necesidad de un proceso constituyente como salida para la crisis de régimen o ahogarse en la mazamorra. Muchos dicen que su falta de unidad es la responsable de sus pocos congresistas, que sumando los votos de las tres o cuatro organizaciones de izquierda se ganaba la elección. Hay algo de cierto en ello y ojalá que la próxima vez solucionen los problemas internos con primarias bien hechas y un candidato unitario. Frente a la plata de la derecha el recurso de la izquierda es la unidad. Pero me atrevo a decir que esto no es suficiente, una unidad pegada con babas serviría de poco. La unidad debe estar sellada por un liderazgo elegido democráticamente y con un propuesta de futuro para el Perú.
Por favor, no volvamos a llorar sobre leche derramada que sigue estando en juego el país.
Publicado originalmente en Otra Mirada