El rebrote de la crisis de régimen

Wednesday, July 8, 2020

El rebrote de la crisis de régimen

El choque de trenes sucedido el domingo 5 de julio entre Legislativo y Ejecutivo no es sino una expresión más de que nos encontramos ante una crisis de régimen, es decir, que los que gobiernan ya no pueden seguir haciéndolo de la misma manera. El tema no es nuevo, es una crisis que ha tenido varios momentos de maduración en los últimos dos años y que explosionó el 30 de octubre de 2019 con el cierre del parlamento por el gobierno de Vizcarra, quien a su vez había asumido la presidencia en marzo de 2018 ante la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski. Entramos entonces en la actual pandemia del Covid 19 en una situación de crisis de régimen heredada de la coyuntura anterior y que no termina, sino que converge con la crisis sanitaria y de sobrevivencia actuales. Tenemos así varias crisis que se potencian unas a otras y que nos colocan en una, especialmente grave, situación frente al futuro inmediato.

La reacción de los actores, gobierno de Vizcarra y eventuales mayorías en el Congreso de la República, no es asumir la gravedad de la situación, sino descalificarse mutuamente. Unos llaman incapaces a los congresistas, los otros dicen que Vizcarra es un dictador. Pero ninguno quiere darse cuenta de que el barco en que están los dos, me refiero al régimen democrático, podría estarse hundiendo. Y esto no sucede en cualquier momento, sino que pasa de cara a las elecciones del 2021. Elecciones con la democracia hundido o a punto de hundirse. Bastante grave para cualquier observador que no esté envuelto en esta vorágine.

¿Qué cabe en estas circunstancias? No banalizar la democracia. Es decir, no tratarla como un asunto de menor importancia. Este presidencialismo que ante la corrupción generalizada de los políticos ha sido tomado poco a poco por los tecnócratas ya no aguanta más. No les falta razón a los congresistas cuando cuestionan la legitimidad del presidencialismo, queriendo quitarle la prerrogativa de la inmunidad a los presidentes, porque casi todos estos en los últimos treinta años están buscados por acusaciones de robo. ¡Qué tal majestad presidencial! Su prestigio, en realidad, está por los suelos. Y no menos se puede decir del Congreso. Hemos tenido y tenemos todo tipo de pandillas políticas en esos predios. Por más que elegimos nuevos congresos el mal se repite.

Pero eso no sucede porque sí, sino porque hay un régimen político que está agotado. El sainete del último fin de semana es un buen ejemplo de este agotamiento. Nadie se puede sentir representado ni por los presidentes perseguidos por la justicia ni por los congresistas que legislan para beneficio propio. Por eso, hay que ir a otra estructura del Estado, a otra representación política, sin presidentes ni congresistas corruptos. Para ello hay necesidad de una democracia en la que los ciudadanos podamos controlar efectivamente a nuestros representantes y en la que podamos participar en la toma de decisiones políticas. Podemos debatir el detalle de un nuevo sistema ¡claro que sí! Pero lo que no podemos negar es su urgencia.

Por todo ello, debemos enfrentar el próximo proceso electoral de 2021, no como un país sumido en el caos por la pandemia y el hambre, y ahora la crisis democrática, sino como un país que discute propuestas de reforma constitucional que nos lleven efectivamente a un nuevo sistema de representación política, como columna vertebral de un nuevo orden político. Sin grandes propietarios que dicten sus deseos, sin tecnócratas indiferentes y sin políticos ladrones. Es decir, sin hermanitos que en diversos órdenes ya se cargaron a esta república neoliberal para sus fines particulares.

Publicado originalmente en Nueva República