Gustavo Mohme Llona, noventa años

Tuesday, May 26, 2020

Hace varias semanas que Gustavo Mohme Llona hubiera cumplido noventa años y algunos días más para el 20 aniversario de su fallecimiento. Recordé la fecha y pensé en escribir algo, pero no lo hice. Días más tarde leí algo tan desabrido sobre Gustavo que sentí igual desazón que en otras oportunidades y lo puse en la lista de mis pendientes, pero no me animaba. Hay hombres que brillan en una época y nos dejan lecciones imperecederas, pero si no los recordamos con lealtad a su trayectoria, esas enseñanzas corren el riesgo de perderse. Hoy, volvió a saltar aquel recuerdo y decidí darle curso.

Conocí a Gustavo Mohme Llona a fines de los ochentas ya avanzada su vida política y yo recién en los segundos trancos de la mía. Gustavo venía de Acción Popular, más precisamente del sector progresista de Acción Popular encabezado por Edgardo Seoane, ingeniero como él, que escindió el partido por la izquierda, en rechazo al escándalo de la “página once” en 1968 y apoyó luego al gobierno de Velasco. Como resultado de esa experiencia Gustavo crea con otros que venían del mismo cauce, Acción Popular Socialista (APS), ya como un partido definidamente de izquierda. APS, se integra así en la década de 1980 a la Izquierda Unida. Asimismo, en esa época participa en la creación de La República, como un diario en el momento de centro izquierda, del que finalmente termina como propietario mayoritario en la década de 1990. Desde la Izquierda Unida, por la cual es elegido senador en dos oportunidades, 1985 y 1990, y luego con Unión por el Perú por la que es elegido congresista en 1995, así como desde el diario La República, desarrolla la gran influencia política y mediática que produce la izquierda en la época.

Pero además de la política Gustavo era un empresario destacado. De esa otra faceta de su vida es que sacó los recursos para llegar a ser dueño de La República. Alguna vez le pregunté si esto había sido un accidente o lo había pensado desde antes y me contestó que siempre había querido tener dinero para invertirlo en una empresa como el periódico, que fuera una herramienta de transformación. Debo señalar que esa generosidad es rara en el Perú, donde los empresarios suelen colocar la codicia como su objetivo supremo. Su experiencia empresarial, sin embargo, le dio un conocimiento de la élite peruana y un sentido de la eficacia que fueron muy importantes para su desarrollo político.

A propósito del punto me contó alguna vez, a mediados de los noventas, que La República había contratado una empresa de marketing para evaluar los contenidos del periódico y que esta en su informe había recomendado que se preguntara a los lectores por los contenidos que preferían. En respuesta, él les señaló que había creado La República para desarrollar la conciencia popular y no para repetir lo que el pueblo pensaba. Me acordé del “Qué hacer” de Lenin y la teoría de la conciencia inducida que estaba detrás de ese razonamiento como la tarea fundamental a realizar por quien se consideraba de izquierda.

Gustavo quedó especialmente afectado por la ruptura y después desaparición de Izquierda Unida a principios de la década de los noventas. Sin embargo, era un tipo tenaz y esa derrota no fue óbice para que se opusiera al golpe del cinco de abril de 1992 y fuera luego un pilar en la oposición al fujimontesinismo. Le costó personal y políticamente esta oposición, pero no cejó en ella. En esta época lideró la creación del Comité Cívico por el No, en respuesta al referendúm fraudulento para aprobar la Constitución de 1993, que luego se transformó en el Comité Cívico por la Democracia para profundizar la oposición social y política a la dictadura surgida del golpe. En esa época tuve mi mayor acercamiento con él y empecé a escribir regularmente en La República. Resultado de esas experiencias de gran convergencia política con sectores muy disímiles, cuyo punto de unidad era la lucha democrática contra el autoritarismo es que surge el Acuerdo de Gobernabilidad de fines de 1999, que presagia la Marcha de los Cuatro Suyos, la caída de Fujimori y el gobierno de transición de Valentín Paniagua.

Falleció a finales del verano del 2000, luego de esa importante experiencia de unidad que condujera. Alguna vez pensé en todo lo bueno que se había perdido, no llegó a ver la caída de Fujimori, en alguna medida producto de sus esfuerzos. Sin embargo, en tiempos más recientes me he dicho que felizmente no vio las traiciones posteriores y el naufragio de las instituciones que ayudó a recomponer en el mar de corrupción que hemos vivido en los últimos años.

En todo ese tiempo de concertaciones, en que pude ver la persistencia de sus esfuerzos por encontrarle una salida a una dictadura que parecía omnipotente, su propósito fue desarrollar un nuevo liderazgo de izquierda para una alternativa democrática. Nuestros diálogos y muchas veces encendidas discusiones giraron tanto en torno a la situación del país como a la ideología socialista que profesábamos, frente a la cual Gustavo siempre se colocaba orgullosamente a mi izquierda. Recuerdo que me dio los principios de APS, en los que el partido se definía como marxista leninista, y tuve que señalarle que esa era ya una definición fuera de época. No le gustaron mis argumentos y no perdió oportunidad de recordarme la discrepancia. Sin embargo, meses después en una entrevista grande en La República, alrededor de 1998, se definía orgullosamente como socialista democrático. Pensé entonces que las discusiones no habían sido en vano.

Ha pasado el tiempo, veinte años desde su muerte y me molesta cuando en los medios, si es que se le recuerda, se dice nada más que fue una gran demócrata. Hoy, que tenemos la palabra democracia, por la fallida transición del 2000 y su mal uso posterior, venida a menos, es hora de afirmar que Gustavo Mohme Llona no solo fue un gran demócrata sino también un gran socialista. Un hombre que luchó incansablemente por darle un liderazgo de izquierda a la lucha democrática. A esta confusión quizás haya contribuido el ambiente conservador implantado por el neoliberalismo como elevado precio de la democracia precaria que conseguimos, pero ello no debe hacernos olvidar la divisa y el propósito de un hombre justo.