La izquierda en la encrucijada
La cita electoral para el 2016 se presenta propicia para una opción progresista en el Perú. La crisis de la continuidad neoliberal sin vuelta en el corto plazo, la multiplicación de movimientos sociales producidos por esta y la aguda crisis en las alturas, plagada de corrupción, entreguismo y dictadura, son los elementos que nos brindan una oportunidad. Todos ellos están llamados a crear las condiciones para una opción amplia, de centro izquierda, que le dé otro rumbo al país.
Sin embargo, estos factores no van junto con la construcción de una voluntad política acorde con las circunstancias. Por un lado, la mayor parte de los medios de comunicación buscan minimizar, si no desprestigiar abiertamente, cualquier opción cuestionadora del modelo. Pero, por el otro, y quizás lo más importante para los que trabajamos por una opción distinta, no hemos estado a la altura de las circunstancias. Ellos nos lleva, aunque sea aún temprano en la campaña, a un escasísimo porcentaje en las encuestas.
La primera cuestión que debemos considerar es que nos enfrentamos a un sistema político cerrado, que no nos quiere dentro y que si, por cualquier circunstancia, logramos colarnos en él, hará todo lo posible por botarnos. Las reformas electorales, que nadie quiere aprobar en el actual Congreso, son una muestra de ello. La inconsciencia sobre esta situación lleva al fenómeno de los “dueños de la pelota”. Me refiero a algunos líderes y organizaciones progresistas que, amparados en una legislación anterior, han conseguido su inscripción electoral y actúan en consecuencia en los frentes o alianzas políticas que promueven. “Si no me dejan poner las reglas del juego, recojo mi pelota y me la llevo a mi casa.”
Pero el fenómeno de los dueños de la pelota nos lleva a otras dos cuestiones: el sectarismo político que esconde intereses personales y de grupo, y la cerrazón programática de los dueños, ya no solo de la pelota, sino también de la verdad. El sectarismo político se expresa en el veto a las personas o a las organizaciones por tal o cual razón del pasado sin tomar en cuenta que en política las alianzas están dictadas por los adversarios y/o enemigos a enfrentar y no por la pulcritud biográfica de los potenciales aliados. La cerrazón programática, por otra parte, busca imponer puntos de vista, por más que sean minoritarios, confundiendo política con ideología y queriendo llevar la certeza del predicador al arte de lo posible, con resultados ciertamente desastrosos.
Estas cuestiones de sectarismo y cerrazón han buscado disfraces, el más importante de los cuales ha sido la pugna intergeneracional. Pertenezco a una generación que se abrió paso temprano y extrañó no haber tenido, sino solo por excepción, maestros. Sin embargo, me veo en la paradoja de observar a otra generación naciente que, con algunas excepciones también, ha optado por denunciar a los pocos mayores en actividad como uno de los obstáculos para su ascenso. Empero, la orfandad de contenido en esta pugna señala la denuncia como falsa dejando desnudos y resfriados a sus protagonistas.
La consecuencia es que el sectarismo, la cerrazón y los disfraces en un sistema político cerrado vienen cumpliendo sus objetivos, el más importante de los cuales es la ausencia de una alternativa progresista en la escena nacional. Ni Únete, ayer aliado del Partido Humanista y hoy de Democracia Directa, ni el Frente Amplio, a pesar de sus elecciones internas, parecen estar en disposición de ganar, cada cual por su lado, el favor del pueblo izquierdista. Ni qué decir del trabajo mayor, hegemónico, de alianzas hacia el centro político y la opinión pública hastiada de neoliberalismo. Ninguno, separado, parece despegar para poder realizarlo. Necesitamos, por lo tanto, de una herramienta más poderosa que sea un mejor punto de partida. Ya no por nostalgia con el pasado remoto, sino por exigencia del presente, para poder partir y enfrentar con posibilidades a los que quieren seguir medrando a costa de nuestro pueblo.
Esa herramienta no es otra que el llamado “frente de frentes”. La urgencia de unir en una sola propuesta las corrientes hasta ahora separadas, principalmente las que se nuclean alrededor del Frente Amplio y de la alianza Únete-Democracia Directa. Esto permitiría comenzar un posicionamiento para una alternativa progresista con esperanza de maduración en el corto plazo. En esta confluencia encontrarían realidad y debate los precandidatos del momento para llegar por el método de elecciones primarias abiertas supervisadas por la autoridad electoral a tener un candidato común. Seguir mirándose en el espejo y haciendo las preguntas del cuento de hadas ya no nos lleva a ninguna parte y, lo que es peor, impide que tengamos alguna opción para el 2016.