La mención banal de la democracia
En las últimas semanas hemos podido observar en los medios de comunicación la construcción de un relato sobre la democracia que parte de un concepto banal o ligero de la misma. Empezaron con la recurrente crisis venezolana y han continuado con las elecciones en Ecuador y el incendio del parlamento en Paraguay. Pero, lo más saltante, se han extendido sobre el 25 aniversario del golpe del cinco de abril de 1992.
Para este relato la democracia es un recetario con un conjunto de características que estos regímenes deben tener, buscando qué tanto se acercan o se alejan de los modelos de los países capitalistas desarrollados. Este modelo es el que se llama democrático liberal, con dos componentes, el democrático que expresa la soberanía popular y el liberal que plantea la limitación de los poderes y el equilibrio entre los mismos.
En América Latina hemos vivido la crisis de este modelo democrático liberal traído por las transiciones a la democracia de los años setenta y ochenta del siglo pasado. ¿Por qué sucedió esta crisis? Porque las transiciones pretendieron juntar libertades públicas con ajuste neoliberal y los regímenes volaron por los aires. En el Perú tuvimos una temprana solución por la derecha, con el golpe del cinco de abril de 1992, y la instauración de la dictadura de Fujimori y Montesinos, para terminar a partir del 2000 en una democracia, ya no liberal como la que había antes de 1992, sino neoliberal, es decir que prioriza el dominio de los mercados y sus agentes sobre la democracia misma.
En buena parte de América Latina — han sido los casos más saltantes de Argentina, Brasil, Venezuela, Uruguay, Bolivia y Ecuador— tomaron un camino diferente y trataron de resolver la crisis de la democracia liberal, priorizando la voluntad popular y no los mercados. Ello ha dado pie a formidables avances en la democratización social y política y en el peor de los casos —allí donde los gobiernos populares sufren derrotas electorales— a un pueblo movilizado consciente de sus derechos y capaz de enfrentarse a los intentos restauradores. Por supuesto no todos han sido exitosos y en muchos casos los males ancestrales del Estado en la región, como la corrupción y el autoritarismo, no han podido ser superados. Sin embargo, si vemos los resultados en términos sociales de las políticas implementadas estos son largamente los países que están adelante.
¿Qué nos dicen los medios? Que todos aquellos que no comulgan con su versión de la democracia neoliberal son dictaduras. Ellos no perdonan la deriva autoritaria del gobierno de Maduro que parece creer solo en la polarización y no en la negociación, pero permiten a la vez que se llame fraudulenta la elección de Lenin Moreno y que se pasen por agua caliente los golpes clásicos contra Hugo Chávez el 2002 y 2003 y parlamentarios contra Dilma Rousseauf el 2016, Fernando Lugo el 2012 y Manuel Zelaya el 2009.
Empero, lo más importante para nosotros es el relato sobre el cinco de abril. Sucede que ahora los fujimoristas ya no lo reivindican aunque no lo condenan y aquellos otros que sin ser fujimoristas viven contentos con el régimen actual, llaman al golpe una ruptura del régimen constitucional que se saldó con la elección del Congreso Constituyente Democrático algunos meses más tarde. Nada más falso, la elección de un congreso en condiciones de control autoritario por parte del fujimorismo, dio como resultado un mecanismo legitimador del régimen más que un espacio de competencia y deliberación política.
Pero la dictadura implantada tenía un propósito preciso, desarrollar una versión mafiosa del giro neoliberal producido con el ajuste de 1990. No es casualidad que Fujimori y Montesinos se encuentren en la cárcel, ni tampoco que la estela criminal de la dictadura del cinco de abril haya cubierto con su sombra a la democracia posterior. Las contrarreformas hechas por Montesinos en la relación entre sociedad y Estado en los noventas señalaron que para hacer negocios en el país había que tener capturado al poder de turno, el famoso capitalismo de amigotes del que hemos hablado todos estos años y cuyo perfil coimero hemos visto desfilar en la última época.
No se trata entonces de entender el cinco de abril solo como la ruptura del orden constitucional. Más que eso fue la implantación en dictadura del modelo neoliberal que alcanzó también a la democracia y está a la raíz de nuestras agudas desigualdades y de la debilidad del régimen político. El cinco de abril de 1992 es un momento de viraje para mal en la historia peruana, que ha ido a contramano de América Latina y cuyas consecuencias habrá que revertir para tener una república democrática.
De esta forma vemos que la mención de la democracia sin fondo histórico, rigor comparativo ni separación de sus elementos, solo nos lleva a esta versión banal del término que acaba definida por la fuerza de los intereses en juego.