La vieja república y sus muertos vivientes
El escándalo de la ya suspendida, Patricia Benavides como Fiscal de la Nación, que se completa con el mega escándalo de la liberación de Alberto Fujimori, no son sino la punta del iceberg de los múltiples escándalos que azotan al poder. Parecen, además, eventos anunciados por toda la podredumbre de los últimos años que nos ha conducido casi inevitablemente a estos personajes. Nunca más certera la respuesta de Alfonso Barrantes al periodista Humberto Martínez Morosini años atrás, cuando este le pregunta “Doctor, ¿Qué sería una revolución en el Perú? Y Alfonso le responde “terminar con la corrupción”. Por ello, cualquier propuesta alternativa para sacar al país del lodazal en que se encuentra pasa por una regeneración moral que priorice la limpieza de la política en todas sus dimensiones. Una oferta menor es una traición.
Hoy, la vieja república vive una de sus horas más bajas. No bastó para los que controlan el poder con defenderlo a sangre y fuego, con un saldo de cerca de setenta muertos, entre diciembre y marzo pasados. Ahora se pelean entre ellos para ver quién es el que la lleva. El vergonzoso espectáculo, que definitivamente aleja más y más a los ciudadanos de los que dicen ser sus representantes, ya hace mucho tiempo que no tiene que ver con la ley ni con su constitución, sino con sus más descarnados apetitos personales.
El argumento de principios de 2023, de que enfrentaban un asalto terrorista, ha quedado desmentido. Ahora no existe el pretexto terrorista y tenemos una crisis política quizás si peor que la de hace un año. El país continúa siendo ingobernable, pero no por la movilización de los de abajo sino por la insaciable codicia de los de arriba. Incluso el argumento de que defendían sus privilegios de casta, se ha quedado corto. Se trata de una competencia entre mafias en la que disputan a dentelladas el poder para ver quién se queda con la porción mayor para continuar saqueando al país. La única ley es el todo vale y el objetivo liquidar al enemigo o someterlo. El respeto al otro no existe.
El núcleo de la inestabilidad y la falta de gobierno no está entonces en los que quieren cambiar las cosas, aunque no puedan o finalmente no quieran como Castillo, sino en los que insisten en mantenerlas como están. Ante este espectáculo ¿alguien puede sostener que es un problema sólo de personas y/o de instituciones? Definitivamente no. Dan pena los títulos que presidenta, tribunos, magistrados, ministros, congresistas y fiscales se cuelgan en el pecho. De orgullo se han vuelto en oprobio de quienes los ostentan. Con su conducta estas personas se están llevando de encuentro a las instituciones que dicen representar, pero también a la alianza de intereses que les ha permitido dominar.
Regresamos así al planteamiento del verano pasado. No se trata solo de cambiar personas o de parchar instituciones. La crisis es de gobierno y de régimen, pero también de estado. Además de las personas y del arreglo institucional, los grandes intereses sociales que se organizan para dar el golpe del cinco de abril de 1992 y volver al manejo oligárquico del estado, ya perdieron también su capacidad de que no se les note. Es tan profunda la crisis que se ve la corrosión de las estructuras y el olor fétido de quienes las portan. Están descomponiéndose.
No por gusto la simpatía por una nueva constitución ha vuelto a crecer, luego de que las movilizaciones entraron en pausa en marzo pasado. Una encuesta del IEP, de noviembre de 2023, señala que el 40% de la población estaría de acuerdo con una nueva constitución y el 48% con cambios a la misma. 88% de la opinión por tocar lo que una pequeña minoría considera intocable. El proceso constituyente tiene entonces un nuevo aire para continuar.
Sin embargo, la descomposición del poder no es suficiente para librarnos de él. En política, si no existe un desafío que esté a la altura de las circunstancias, los muertos vivientes continúan gobernando y medrando. Corresponde pues organizar ese desafío. Las movilizaciones de hace un año tuvieron la virtud de concentrar la indignación frente a la usurpación por parte de quienes habían perdido las elecciones de 2021, pero el defecto de no dotarse sino mínimamente de una dirección política, lo que no les permitió en la coyuntura encontrar una salida democrática a la crisis. Hoy es fundamental dar el paso a la política para que el desafío se concrete. Ante tanta descomposición el país lo clama. Demos el paso, cada cual desde la modestia de su quehacer cotidiano. La nueva república es el horizonte que nos espera frente al desastre de la actual.
Publicado originalmente en Otra Mirada