Dirigir, dominar y dictar
Al pasar la segunda vuelta y plantear una estrategia de amplio consenso nacional, lo que buscan Ollanta Humala y Gana Perú es formar una mayoría que permita el triunfo en las urnas el proximo 5 de junio y la formación de un gobierno de acuerdo con la mayor cantidad de sectores sociales y políticos. Esto no significa rebajar ni dejar de lado la propuesta original del movimiento sino hacer el ejercicio democrático de intentar pasar del 31% del electorado al 51% del mismo. Para ello hay necesidad de priorizar las propuestas propias y contrastarlas con las demás de manera tal que podamos llegar al ansiado consenso y de esta manera se haga posible el buen gobierno del Perú.
Los detractores políticos y mediáticos del candidato ganador llaman a esto oportunismo y señalan una supuesta falta de consistencia en Humala. La raíz de este pensamiento la podemos encontrar en la distinción que Antonio Gramsci establecía entre dominación y dirección políticas. Nuestras élites y su clase política han estado acostumbradas a dominar, generalmente por la fuerza, pero no a dirigir, persuadiendo por la vía de la deliberación, a los ciudadanos. Los últimos 20 años han sido, en este sentido, un regreso a la dominación, con distintos grados de intensidad en los años de dictadura primero y de democracia precaria después. Las élites no tienen costumbre por lo tanto de intentar persuadir y convencer. Cualquier intento de consenso lo traducen como debilidad u oportunismo.
La campaña de miedo desatada en las últimas semanas contra Humala no refleja sino esta incapacidad de dirigir, a la vez que el temor de no poder seguir mandando por la fuerza al resto de los peruanos. La propuesta de Humala, por el contrario, lo que busca es señalar un rumbo, agregando nuevas voluntades políticas a la propia y articulando sus propuestas con otras para que el gobierno mayoritario sea verdaderemante tal. Lo interesante es que este ejercicio democrático de dirección política se hace en competencia con el fujimorismo, la opción que significa en nuestro reciente período de vida republicana exactamente lo contrario a dirigir, es decir dominar y dictar. Es más, que hasta donde sabemos se reafirma en su herencia autoritario y la exhibe con timbre de orgullo, negándose aunque sea a una tímida autocrítica del golpe del 5 de abril de 1992, lo que podría ser un punto de partida para hablar de democracia.
Los diferentes cursos en la segunda vuelta van apareciendo entonces con claridad, pero no faltará una nueva campaña mediática que intente volver a poner las cosas al revés.