Kirchner o el político
La muerte de Néstor Kirchner nos pone nuevamente sobre la mesa una característica muy latinoamericana: el papel de la voluntad en el liderazgo político, que reinvindica a la política misma como productora de la realidad. Pero no cualquier política, sino aquella que logra expresar por la vía de la organización, del movimiento y del líder a esos que usualmente no tienen voz. Esa política que recorrió el siglo XX en la región, plasmándose sobretodo en la impronta nacional popular pero también en la izquierda marxista, es la que construyó, para bien y para mal, la A. Latina que conocemos. Esa que ha sido parcialmente destruida por el neolibralismo, pero que hoy nuevamente intenta ponerse de pie.
Kirchner le devolvió a la política esa centralidad de antaño que los poderes económicos quisieron quitarle en los 90 para entregársela, supuestamente, a la neutralidad del mercado que no es otra cosa que el control oligopólico de los primeros. Desde el Perú, que vive todavía en el pasado neoliberal, el contraste es claro y deprimente. Aquí los políticos, con pocas excepciones, aparecen como peones del poder del dinero al que se esfuerzan en complacer. A lo sumo aspiran, como García, a ser administradores de los poderes fácticos.
Cómo no reinvindicar la voluntad de Kirhcner de construir la independencia económica de su patria y su afán de proyectarla en la patria grande de nuestra América. No podemos olvidar que fue el primer presidente de la región en largar de su país al FMI y promover al mismo tiempo una formidable recuperación económica. Pero también que reinvindicó la defensa de los DDHH llevando de nuevo a juicio a los represores militares en una cruzada contra la impunidad. Por último, ya en la presidencia de Cristina Fernández, impulsando la ley de medios que cambia los términos de la lucha por la libertad de expresión, para entenderla también como pluralismo de múltiples voces y no solo de empresas del negocio de la comunicación.
Cometió errores ciertamente en el afán de polarización con sus adversarios, que lo pusieron al filo de las instituciones. Su personalismo característico lo llevó también a no considerar la importancia de consensos mayores con el centroizquierda progresista que por momentos lo apoyó, pero lo que también tomó distancia de muchos de sus ímpetus.
Por acá, no nos recuerda a nadie presente. No hemos producido todavía ese arrojo para hacer política y ganar. No sé si debiéramos esperar a alguien como él, pero sí añoro, para bien, que la política vuelva a estar al mando.