La cuarentena de las ideas
Leía en estos días de encierro a Edgar Morin, quien, citando a Henri Bergson, decía que eran momentos de reconquistar el tiempo interior. En este afán, he revisado mis cajones, encontrando desde las fotos viejas hasta los papeles íntimos, todos de tiempos tan distintos que me hacen temblar. Me refugio por ello en mis artículos de opinión, los de polémica de ideas que son los que más me gustan, los que creo que me han permitido sobrevivir este invierno neoliberal que se ha llevado ya la mayor parte de mi vida adulta. Quizás por ello, aunque fueran comentarios públicos, también son íntimos. Los tengo en línea, pero prefiero el papel viejo, mojado en tinta y amarillento, que con su olor a humedad limeña me hace volver a vivir los pequeños triunfos, las amargas derrotas y peor todavía, las traiciones de estos años.
He vivido de ideas, es verdad, acicateado por diferentes coyunturas políticas cual latigazos de verdad y a veces también de mentira. Recuerdo la sentencia de Gramsci sobre el análisis político cuando señala que este no tiene sentido sin un proyecto que lo guíe. Por eso, revisar mis artículos de “polémica de ideas” me sirve para, desde la situación estrecha que vivimos, observar los períodos más largos y su relación con los acontecimientos actuales de pandemia y confinamiento. Saltan a la vista las palabras de golpe de estado, hegemonía, legitimidad, transición, democracia limitada, neoliberal, precaria, participación, movilización, corrupción, captura, amigotes, capitalismo, etc., etc. Me doy cuenta de que no he ahorrado epítetos y que su efecto ha dependido del tiempo corto, unas veces al grano y adivinando flancos en el adversario, otras pasando desapercibido, casi intrascendente, como para irse de este mundo. Pero mis ideas nunca se han confinado, siguen con su radar y orientación buscando obstáculos a batir para el desarrollo del movimiento.
No ha sucedido lo mismo con otros que pasaron a la cuarentena hace tiempo. Mejor dicho, los pusieron en cuarentena con la ofensiva neoliberal, a tal punto que ni siquiera se dan cuenta de lo sucedido. La situación perfecta de la hegemonía que naturaliza la dominación. Así se ha desarrollado esta derecha neoliberal con las opiniones a raya, algunas secuestradas, sufriendo el síndrome de Estocolmo, y otras reprimidas. Pero el caso es que ahora todos estamos confinados, conversos y no tanto, rebeldes y neoliberales de siempre. Ya sé que dicen que es contra el virus, mejor dicho, el coronavirus, pero tengo la sensación de que es contra todos ex o actuales disidentes, virus incluidos.
Por eso digo que el mayor triunfo, este sí de proporciones, de la hegemonía neoliberal en los últimos treinta años ha sido su dominio en el mundo de las ideas. Pero no como elaboración ideológica, sino como reiteración y cuando han podido imposición metódica, de un conjunto de principios importados que han sabido desempaquetar para organizar nuestra vida cotidiana. En esto no se diferencian de los encomenderos que también traían su catecismo importado y lo imponían, por ello quizás el hedor colonial de ambos. Puede ser que la más importante de estas ideas haya sido “el camino del éxito para todos” que la derecha neoliberal dice haber trazado en el Perú. Inventaron también en algún momento, casi olvidado, por cierto, la figura del héroe informal que era dueño del futuro y que se plasmaba en el ideal del emprendedor, que aparecía de la nada y en base a su esfuerzo personal lo lograba todo o casi todo.
Esta importación ideológica que ha causado ilusiones en millones ha sido ciertamente exitosa porque le ha permitido a un sector social muy reducido y caracterizado por su pensamiento racista y colonial, ejercer su dominio sin interrupciones sobre el conjunto del país desde la década de 1990. La promesa del éxito en un país empobrecido y asustado por la hiperinflación y el terrorismo ha sido eficaz. Además, lo ha hecho a la manera de la casta terrateniente, capturando o recapturando el Estado, donde, en sus “tiempos modernos” los políticos actúan, los tecnócratas gestionan y los grandes dueños vigilan y compran. Para hacerlo han destruido lo poco que habíamos ganado de modernidad política con la separación entre la sociedad y Estado, producida por el reformismo civil y militar entre 1962 y 1980. Pero a ellos no les importa, inventan historias para desprestigiar lo anterior, porque no pretenden la construcción de una comunidad política y menos democrática en este país.
Sin embargo, el éxito ideológico ha empezado a verse empañado en los últimos años. Primero ha sido el escándalo, la capacidad corrosiva del escándalo que suele disolver la hegemonía. Se trata, en este caso, de un escándalo con mayúsculas. Lo que hemos conocido como el “Caso Lava Jato”, o el fraude en contratos de obra pública y otros similares, así como el dinero negro para campañas políticas, que como sabemos ha alcanzado a todos los presidentes (salvo Paniagua) de los últimos 30 años y casi todas las empresas que han tenido negocios con el Estado. El escándalo ha dejado al emperador desnudo y esto abrió una crisis de régimen que no ha podido cerrarse aún, una crisis orgánica no episódica, pero con grandes y graves dificultades para llegar a un fin y abrir un nuevo período en la vida nacional. Con este impase, donde los de arriba tienen cada vez mayores problemas para gobernar y los de abajo no son capaces aún para plantear una alternativa de poder distinta, es como llegamos a la situación de pandemia.
Pero el efecto corrosivo del escándalo sobre la hegemonía ideológica ha tenido un salvavidas con la cuarentena que no sólo confina personas, sino que también genera inmejorables condiciones para profundizar la cuarentena de ideas que la derecha neoliberal logró en los años y las décadas anteriores y que hoy existe el claro peligro que se generalice. En otras palabras, el confinamiento físico que puede proyectarse en un confinamiento ideológico permanente. Debemos prestar atención sobre el poco debate de cuestiones de fondo, la pertinencia de la cuarentena incluida, lo que hace ver que podría estarse gestando una salida autoritaria a la crisis orgánica señalada y regresar de esta manera a la “normalidad” neoliberal que está a la raíz de la pandemia actual.
El expediente para esta regresión a la normalidad sería el lema tecnocrático (e ideológico) más importante del período “hacer bien las cosas”. Los tecnócratas, que gestionan en el Estado los intereses de los dueños, se presentan como un grupo indispensable para su funcionamiento, porque sabrían hacer las cosas bien. Qué mejor momento para demostrar la eficacia de su saber que esta coyuntura de lucha contra un virus que nos puede causar la muerte. Una coyuntura, en la que en la toma de decisiones solo habría cuestiones “técnicas” a evaluar, me refiero a números, curvas y proyecciones, que solo podrían interpretar los escogidos. El razonamiento tecnocrático, venido a menos por los escándalos, podría encontrar un nuevo aire con este afán lógico de la opinión pública de encontrar una solución al problema que nos agobia.
No debemos permitir que así suceda, cada cual hace las cosas de acuerdo con objetivos e intereses, no hay ningún desempeño en el aire ni que sea coincidencia. Debemos oponernos por ello a la cuarentena de las ideas. Si nos arrinconaron con la dictadura del cinco de abril y con la transición frustrada a la democracia, coyunturas en las que muchos vieron una oportunidad para normalizarse, no debemos permitir que ahora se impida la expresión y el debate de salidas alternativas. Más todavía, cuando esto podría significar quedarnos con los corruptos y los tecnócratas que los han servido, para volver a la normalidad que han convertido en su forma de vida.
Nos están amenazando, quieren que sigamos confinados físicamente, que es necesario, pero también ideológicamente, lo que sólo le interesa al poder. Por ello, en este momento límite es indispensable que seamos transgresores y nos atrevamos a salir del confinamiento ideológico. Si nos condenan y peor aún, nos persiguen, esa va a ser una prueba de nuestro éxito. Hoy más que nunca hay que ir contra la corriente, nuevamente, para que la derrota de esta pandemia no sea una vuelta a la normalidad sino el avance a un país más justo.
Publicado originalmente en Otra Mirada