La vocación felipilla
Si algo caracteriza a la mayor parte de nuestra clase política es su vocación felipilla de remate del país a los intereses extranjeros. Y esto es la principal conclusión que se puede sacar de los incidentes por las revelaciones contenidas en los ya famosos cables que filtra la ONG Wikileaks. Los medios de derecha han tratado persistentemente de mostrar que se trata de una pelea entre personas, donde unos mienten y otros dicen la verdad. Efectivamente unos mienten y otros dicen la verdad, pero no solo sobre conductas personales sino sobre problemas nacionales de fondo que tienen que ver, por ejemplo, con nuestra existencia o no como país independiente.
Más allá de chismes o versiones orales, el caso es que primero se reveló que Jorge del Castillo había acudidado a la embajada de EEUU a pedir ayuda, durante el proceso electoral del 2006, para que Lourdes Flores dejara pasar a Alan García a la segunda vuelta. Y lo segundo ha sido que Fernando Rospigliosi y Rubén Vargas fueron a la misma embajada a recomendar acciones para impedir que Ollanta Humala ganara el 2006. Pero aún el mismo Rospigliosi, muy suelto de huesos, señala, sin evidencia ninguna de por medio, que eso estaba bien proque habría impedido que el Perú se convierta en una colonia Chavista. Como vemos no son solo conversaciones de café o cocktail, comunes entre políticos y diplomáticos, sino pedidos abiertos de intervención.
Si algo caracteriza a la mayor parte de nuestra clase política es su vocación felipilla de remate del país a los intereses extranjeros.
Llama la atención asimismo, más allá de su respuesta, la disposición de una embajada extranjera para estar escuchando semejantes despropósitos. Aunque, en el caso de los EEUU, por su trayectoria en la desestabilización democrática de la región, la sorpresa no es tan grande. Por último, para los que no quieren ver a Toledo involucrado, está la llamada de un funcionario de ese gobierno, tambien el 2006, a Augusto Alvarez Rodrich para contribuir en una campaña de pánico financiero contra Ollanta Humala, a la que este se negó no sin constatar que varios de sus colegas se avenían prontamente. Del Castillo, Rospigliosi, Toledo y la embajada gringa todos relacionados, directa o indirectamente, para impedir el triunfo de Ollanta el 2006. Vergüenza para los nacionales que se supondría juegan para el país y llamada de atención para una legación extranjera que dice haber dejado atrás sus malas artes pero que parece todavía darse a la tentación intervencionista de antaño.
El escándalo, sin embargo, nos deja una lección importante. Hay una línea divisoria, hoy como el 2006, entre los que defendemos al Perú y aquellos prestos a solicitar, ante cualquier peligro para sus intereses, la intervención imperial.
Publicado originalmente en La República