Una alegría continental
El anuncio del pronto restablecimiento de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos es motivo de una alegría continental. Como me dijo una amiga desde el país del norte “una vuelta a la sensatez” en las relaciones entre los dos países. Ahora bien, qué produce este giro súbdito en una enemistad casi secular. Antes que nada la larga lucha del pueblo y el gobierno de Cuba por ser reconocidos en pie de igualdad en sus relaciones con los Estados Unidos.
El imperio del norte tiene por costumbre priorizar el uso de la fuerza en sus relaciones con los países con los que tiene desacuerdos estratégicos. Este ha sido el caso de Cuba en los últimos 56 años, expresado en la negativa de los Estados Unidos a reconocer la soberanía nacional cubana para llevar adelante el proceso de transformación social ocurrido en ese país en las últimas décadas. Este es el origen también del criminal bloqueo contra la isla que ahora Obama reconoce que ha fracasado. Podríamos estar entrando entonces en una nueva etapa de consecuencias imprevisibles tanto para las relaciones Cuba-Estados Unidos, como para las relaciones más amplias de Estados Unidos con el resto de América Latina.
Pero, este reconocimiento de la soberanía nacional de la República de Cuba es posible por el nuevo contexto mundial y latinoamericano que vivimos en la actualidad. El actual giro a la izquierda ocurrido en la región en los últimos 15 años ha descolocado a los Estados Unidos. De patio trasero, este se ha convertido en un barrio de broncas para los gringos. Ya no pueden, como antaño hacer lo que quieren en América Latina. Este espacio de autonomía les permite a todos los países del área defender mejor sus intereses y formar bloques entre ellos para integrarse al mundo. Los casos de Unasur, Mercosur y Celac; son los ejemplos. El esfuerzo postrero de Washington de juntar a sus carnales en la denominada Alianza del Pacífico aparece ridículo ante este vendaval; y nuestro Perú sigue quedando en pésima y lacaya compañía. Este es el nuevo ambiente en el que sucede el reconocimiento de Cuba. Indudablemente un intento de recuperar terreno perdido y aparecer simpático en la región.
En este ajedrez le tocan palmas a Barack Obama. Es indudable que ha destacado por su iniciativa para dar un salto en la resolución del problema. Ya en el último tramo de su mandato tiene poco que perder, lo que explica su actividad reciente incluida sus disposiciones algo más favorables para la inmigración. Además, puede ser una forma de “salvar cara” frente a otras políticas muy condenables como su negativa a enjuiciar a los responsables de tortura o el uso de drones para liquidar en el exterior a los enemigos de Estados Unidos. La pregunta ahora es si el tiempo que le queda y el espacio en el que puede ejercer su liderazgo serán suficientes para pasar del acuerdo de principios al desbloqueo efectivo de la isla y la apertura práctica de embajadas.
Por último, cuánto todo esto puede influir para un cambio político en Cuba. Muy difícil de predecir y Washington no es precisamente un ejemplo de democracia del que se puedan tomar recetas. Sin embargo, un hecho innegable es que las revoluciones con partido único en el poder son un legado de la guerra fría, en cuyo contexto era muy difícil imaginar un cuadro distinto. Hoy se producen en América Latina, en un ramillete de países, muy importantes cambios sociales en democracia y con elecciones periódicas, en las que los pueblos ratifican una y otra vez a los gobernantes progresistas que les traen beneficios tangibles en sus vidas. En un ambiente más distendido en toda la región aumentan también las posibilidades de una transición a un mayor pluralismo social y político en Cuba, que afiance los logros obtenidos y permita una mayor competencia política.
Hacer uso de esta oportunidad corresponde al pueblo cubano y nada más que a ellos. A los latinoamericanos nos toca acompañar el proceso y estar alertas, no vaya a ser que venga un nuevo garrotazo desde el norte.